La piedra original de Jerusalén es más que un simple trozo de roca; representa el territorio elegido por nuestro Creador para albergar Su divinidad y Su Nombre.
En los Salmos, Jerusalén es llamada la ciudad de Dios, y cada piedra de esta ciudad lleva consigo el espíritu, el poder y el corazón que conecta el alma de cada persona con la esencia sagrada de esta ciudad.
Tener esta piedra en casa es mantener un vínculo directo con lo divino, según enseñan los grandes sabios. Se dice que las bendiciones descienden desde el cielo hasta Jerusalén, luego se esparcen por todo Israel y, finalmente, alcanzan a todas las naciones. Por tanto, poseer un fragmento de esta piedra es tener un pedacito de santidad en nuestro hogar.